Diario de Paqui: Día seis.

Mojando magdalenas en encuestas de satisfacción

Esta semana se cumple otro gran hito en mi empresa. El evento anual, el momento cumbre de la motivación corporativa, el gran éxtasis de las personas que dirigen este chiringuito: la encuesta de satisfacción del empleado. Esa obra maestra del autoengaño empresarial que llega puntual cada año, como la alergia al polen y los anuncios de cremas anticelulíticas, ese test de personalidad encubierto que decide si merezco una chocolatina o una charla motivacional.

Así que me siento frente al ordenador con mi café con leche y tres magdalenas, dispuesta a enfrentarme al cuestionario que decidirá si este año nos regalan una taza con el logo de la empresa o simplemente nos ignoran una vez más.

Y empiezo a rellenar las primeras preguntas de la encuesta con el mismo entusiasmo con el que limpio el baño, hasta que de pronto algo me hace parar en seco. Porque ahí está. La joya de la corona. La pregunta sobre el género.

  • Masculino.
  • Femenino.
  • No binario.
  • Prefiero no decirlo.

SE ME ABREN LOS OJOS CUAL DONETES.

Me quedo mirando la pantalla como quien ve una croqueta vegana por primera vez: con curiosidad, respeto y un poco de miedo. Qué transgresores y vanguardistas los de Recursos Humanos. ¡Pero qué modernos se han vuelto en mi empresa!

NO BINARIO, pienso.

Cuando entré, si decías que eras mujer y sabías programar, te miraban como si fueras una especie de unicornio con gafas. Y ahora, de repente, somos inclusivos. ¡Inclusivísimos! Tanto que casi me dan ganas de marcar “no binario” solo por j*der o para ver si me suben el sueldo por marcar el check de la diversidad conmigo.

Y es que me imagino perfectamente la reunión del comité de innovación:
—“¿Y si añadimos ‘no binario’ en la encuesta?”
—“Buah, buah… ¡Brillante! Así parecemos modernos sin tener que subir salarios o de verdad cambiar algo.”
—“¿Y si alguien pregunta qué significa?”
—“Le mandamos un PDF de 80 páginas y un curso obligatorio en Teams.”

Al final marco “Femenino” porque, aunque no encaje en el molde de belleza corporativa (mi molde es más bien el de flan de huevo), sigo siendo yo: Paqui, mujer informática, amante del queso curado y del sarcasmo bien aplicado. Pero en realidad, y que quede constancia de ello, soy clarísimamente no binaria en la parte salarial: cero y uno. Cero subida y un montón de trabajo.

Siguiente pregunta:

¿Cómo de probable es que recomiendes a Atos Group como un lugar para trabajar?

Vaya, qué contratiempo: tengo que contestar con un número, marcando mi respuesta en una escala del 0 al 10. Ya empezamos. ¿Por qué no me dejan escribir una respuesta como Dios manda? “Prefiero masticar cristales”, contestaría. Pero hay que poner un número, así que marco un 2.

Cuidadito con la Paqui, esto marcha. Continuamos:

Siento que pertenezco a este lugar.

¿Están de coña? ¡Pues claro que pertenezco a este lugar! Están las mesas, las sillas, la impresora… y Paqui. A la derecha del ficus, junto a la ventana. En mi caso solo falta que me graben un número de inventario o un código de barras en el culo.

Mayormente verdadero”, contesto.  

Percibo que el ambiente de trabajo es respetuoso.
Claro que sí, sobre todo cuando me piden que trabaje gratis un fin de semana o imputando al bench, y a cambio me dan las gracias con un emoji de aplauso. Diez años después, mi sueldo sigue igual que el peso de mi conciencia cuando me como una palmera de chocolate. Pero sí, aquí todo es respetuoso. Porque, al fin y al cabo, nadie me pellizca los michelines mientras me grita “¡compila ya ese programa, pedazo de foca!”.  

Veamos qué otras preguntas graciosas me esperan en la encuesta.

Qué nervios.

Siento un profundo vínculo con la marca Atos Group.
Seguimos con la escala numérica y sin que me dejen expresarme con claridad. ¡Maldita sea! 1 significa “mayormente falso” y 5 sería “mayormente verdadero”. Pero no me dan la opción a poner el emoji de la sevillana del WhatsApp acompañada de un “jajajajajajajajajajajajajajaja”.

Tengo un claro sentido de propósito en mi función dentro de la empresa.

Por supuesto. Porque para mis jefes (y jefas, porque resulta que ahora somos inclusivos), soy como una silla de oficina: útil, silenciosa y con ruedas. Otra cosa no, pero mi función aquí la tengo clarísima, así que no me queda otra que marcar un 5 (Paqui la mayormente verdadera, útil y silenciosa silla de oficina con ruedas).

A menudo ME GUSTA hacer más de lo que se espera de mí en mi trabajo.

¿Perdón? ¿Me gusta? ¿Hacer más? ¿De lo que se espera? ¿En mi trabajo? ¡Hombre, claro! Me encanta. Es mi hobby favorito, justo después de arrancarme las pestañas, reorganizar cables USB por longitud y llorar en silencio delante del microondas mientras recaliento las sobras del cocido.

Así que me quedo mirando la pantalla como si me hubieran preguntado si me apasiona limpiar el baño de la oficina con la lengua. ¿Pero quién redacta estas preguntas? ¿Una jefa con complejo de influencer?

¿Hacer más de lo que se espera? ¡Por supuesto! Me levanto cada mañana con una energía desbordante, deseando voluntariamente asumir tareas que no me corresponden, quedarme horas extra sin cobrar y resolver marrones que dejaron otros. Es como un parque de atracciones, pero sin churros y con más tickets de Jira.

De hecho, me sorprende que no hayan puesto una opción tipo:

  • Sí, me apasiona regalar mi tiempo y energía sin reconocimiento alguno.
  • No, pero finjo que sí porque lo esperado es que me calle, sonría y siga funcionando como un script mal documentado.
  • Solo si hay pizza. Pero sin piña.

En fin, al final marco un 3, que es la respuesta más neutral. Más que nada porque “sarcasmo pasivo-agresivo” no estaba entre las opciones. Pero la verdad es que sí hago más de lo que se espera. Mucho más. Porque lo que se espera es que sobreviva, y yo además mantengo el sistema funcionando, arreglo errores que nadie entiende, y hasta explico a los jefes cómo se edita un PDF. Pero que me guste… eso ya es otra historia. Me gusta comer, dormir y ver series turcas. Lo demás, lo hago por necesidad, no por placer.

Y sigo contestando preguntas de la encuesta, todas ellas relacionadas con el bienestar de los empleados, la confianza con relación al futuro de la empresa y otras paridas con las cuales alguna ejecutiva ganará un bonus y se comprará un bolso nuevo. Pero, en general, todas con un trasfondo que tiene que ver con la motivación y el crecimiento profesional, como si esto fuera un casting del p*to Operación Triunfo.

MOTIVACIÓN.

CRECIMIENTO PROFESIONAL.

Me parto.

¿Motivada? Ni de p*ta coña. ¿Crecer profesionalmente? Cariños míos: crecer profesionalmente aquí es como intentar subir una escalera mecánica que baja. Con tacones. Y con una bolsa de croissants en la mano.

Y llegamos al texto libre, esa maravillosa oportunidad que me da la empresa para explayarme, ser yo misma y añadir un comentario final.

Pues mira, querido diario: redacto un respetuoso párrafo en el que básicamente afirmo que, entre “me encanta venir a trabajar cada día” y “fantaseo con la idea de hacerme apicultora en Soria”, estoy peligrosamente cerca de comprarme un traje de apicultora. Y lo dejo por escrito, negro sobre blanco. Las abejas son nuestras amigas.

Y pulso tímidamente, pero con seguridad, el último botón: encuesta enviada. He sido honesta, pero con elegancia. Y al menos, he dedicado un rato a contestar ese formulario anual que la empresa lanza con la esperanza de que, por arte de magia, todos digamos que estamos encantados de la vida mientras nos comemos un yogur caducado en la sala de las máquinas del vending.

Y yo me siento como si hubiera corrido una maratón emocional. Porque en el fondo… todo esto es terrible. Y me parte en dos el hecho de constatar que trabajo para el imperio del mal, para unas personas que no tienen ni idea del significado de la palabra “ética” y cuya avaricia y malas prácticas han destrozado poco a poco esta empresa, año tras año, CEO tras CEO.

Pero tengo que pagar la hipoteca. Y cuidar de mi gente.

Así que ahora, a esperar los resultados, que seguro dirán que el 97% de los empleados están “muy satisfechos”. Claro, porque el otro 3% ya se fue a montar un chiringuito en la playa… o somos las que escribimos diarios.

Voy a por otra magdalena. La revolución empieza con azúcar. Paqui.

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