Diario de Paqui: Día diez.

Y llegó la Navidad

Se acercan las fiestas, querido diario, y durante estos días ha tenido lugar otro de esos grandes hitos corporativos del año. Recursos Humanos ya lanzó su post anual con ese asunto que hiela la sangre: “Photocall Espíritu Navideño”. El mensaje, repleto de emojis de Papá Noel y bolas de Navidad del color corporativo, dice que tenemos que posar con complementos navideños delante del photocall con el logo de la empresa.

“¡¡Coge un complemento y hazte una foto individual o en grupo!!”.

Un mensaje lleno de entusiasmo artificial, ese que solo tienen quienes disfrutan de un universo paralelo donde la nómina sube cada año. Porque yo, en cambio, llevo más de diez años con el sueldo más congelado que los muslos de pavo del Mercadona.

Pero vamos con la segunda parte del mensaje, la más perversa y retorcida: por cada foto publicada, la empresa hará una donación a favor de niños, niñas y adolescentes enfermos de cáncer. Traducido al idioma humano: cuernos de reno, sonrisas falsas y un alma ligeramente rota por dentro. Un altar profano donde la plantilla posa sonriente mientras le bajan el sueldo y le suben la carga de trabajo mes a mes, año a año. Porque siguiendo el anuncio de manera literal, o se pasa por el aro, o el cáncer infantil hará estragos en la población. Algo parecido a lo que hizo Herodes con los niños de Belén, vaya. Y como consecuencia, yo he pasado ya por todas las fases del duelo laboral, querido diario:

  • Negación. “Seguro que no es obligatorio y que solo es altamente recomendable, como los dichosos cursos de IA”, me digo a mí misma mientras borro el correo.
  • Ira. “¿Por qué nadie les dice a los de RRHH que no todas nacimos para ser figurines de catálogo? ¿Por qué piensan que todos queremos ser influencers? “
  • Negociación. “Quizás si me pongo detrás del ficus, solo se verá mi bufanda”.
  • Depresión. “¡Mierda! Mis mofletes rosados no pegan con las bolas rojas y además tampoco hay filtro que disimule el alma asalariada. ¡El Photoshop o la inteligencia artificial no hará milagros!”.
  • Aceptación (pero solamente parcial). “Bueno… venga… todo sea por la lucha contra el cáncer”.
  • Arrepentimiento. “Paso. Ni de coña. Antes prefiero dejar de comer risketos y sustituirlos por zanahoria cruda. ¿Por qué no pueden hacer las donaciones sin que yo tenga que hacer el ridículo?”.

Pero varios minutos después, y solo por si acaso, he buscado en el altillo del armario del pasillo. Y allí estaba: la vieja caja familiar de los adornos de Navidad, con ese espumillón ochentero que compró mi madre en el Pleistoceno. Y he probado tres opciones distintas, y en cada una la Paqui parecía algo distinto:

  • Con el gorro de elfo, una asistenta de Papá Noel despedida hace tres temporadas, con problemas de autoestima y probablemente también de gin tonics.
  • Con el gorro de Papá Noel, algo que podría interpretarse como símbolo del proletario alegre e inconforme, pero tal vez demasiado obvio y facilón.
  • Con los cuernos de reno, una metáfora visual de mi relación contractual.

Entre prueba y prueba, me he consolado con una empanadilla. Bueno… tal vez han sido dos si contamos la de respaldo moral y apoyo existencialista. Pero es que eran de ternera, de las buenas. Y además caseras.

Y mientras masticaba, tuve la gran revelación filosófica, probablemente inducida por el toque de cayena: “Y si participo, ¿pero a mi manera?”. Porque si la empresa quiere espíritu navideño, que se prepare para la Paqui en estado puro: versión festiva, glamourosa, desenfrenada y auténtica. Así que sí, querido diario, mañana posaré delante del photocall. Y no lo haré por la empresa, ni por el marketing. Lo haré por los niños y niñas con cáncer, y porque después de la sesión hay catering.

¿Y sabes, una cosa, querido diario? ¡He decidido que voy a hacerme yo misma el outfit navideño! ¿Qué te parece?  Ya que la empresa no me sube el sueldo, al menos que me deje diseñar mi miseria con estilo, ¿no? Así que he vuelto a rebuscar en el armario y, entre facturas antiguas y calcetines desparejados, ha aparecido una de mis maravillosas reliquias: un vestido de noche de cuando aún creía en las subidas de sueldo, verde y plagado de pequeñas lentejuelas que ahora brillan por pura resignación. Y para tunearlo un poco, nada mejor que una selección de adornos y complementos navideños sacados de la caja, y un trozo de mi vieja mantita blanca para ver la tele.

¡Y por fin ha llegado el gran día! Son las diez de la mañana y me acabo de preparar en el cuarto de baño de la primera planta, los que están más cerca de la entrada. ¡Qué sorpresa se van a llevar todos! Si te soy sincera, estoy muy nerviosa pero emocionada. He dormido solo tres horas porque anoche estuve hasta las cuatro de la mañana sentada junto a la máquina de coser, preparando mi estilismo sorpresa. Así que, sin dudarlo más, salgo al pasillo y camino con decisión hacia el centro de la acción navideña. Mis tacones resuenan por todo el pasillo de las lamentaciones, ese que está lleno de fotos vintage y que va hacia la cafetería. Y al avanzar, la niña ilusionada que se esconde en mi interior piensa en esos momentos en los que los artistas de “La Voz” están saliendo al escenario.

“Esta vez la Paqui sí que va a hacer historia”, pienso cada vez más emocionada.

Pero entonces hago entrada en la cruda realidad.

El photocall ocupa toda la pared: un fondo azul con el logo de la empresa en blanco y repetido tantas veces que parece un conjuro para invocar al director financiero. Hay caos, mucho caos, huele a una mezcla de Old Spice y roscón de reyes, pero lo peor de todo, oh, querido diario, son ellos: los jefes.

En el centro de la escena está el jefe más temido de toda la planta noble, con un gorro de elfo encajado a presión y un jersey verde fosforito. Y está tocando una zambomba con una pasión digna de un bonus trimestral. Con ganas.

“Hacia Belén va una burra rin-rin”, se desgañita el tío mientras a mí se me abren los ojos como Ferrero Rocher.

Y su lado, uno de los responsables de marketing a nivel global agita unas panderetas con ritmo de spam publicitario, mientras ELLA, la más pelota de todo el departamento de Recursos Humanos, baila una pseudo-jota con sonrisa de PowerPoint y unas trenzas colgando que parecen cables USB sin ganas de vivir.

El sonido es un atentado cultural, un zumbido rítmico mezclado con carcajadas impostadas y flashes que saltan como en una rueda de prensa de villancicos, mientras en una esquina alguien intenta reproducir «Campana sobre campana» con un altavoz Bluetooth de oferta, distorsionando las notas hasta convertirlas en un lamento corporativo.

Y yo por un instante pienso en huir, querido diario. Correr, chillar, fingir un fallo de red o incluso un ictus, esconderme en el baño y esperar a que pase la tormenta de purpurina… o incluso romper a mordiscos la pantalla de mi teléfono para cortarme las venas aquí mismo en un desesperado acto de protesta. Porque la realidad es que, si el pobre Niño Jesús contemplara esta escena, tendría que tomarse una sobredosis de Apiretal o sacarse los ojos con las patas del pesebre. Una de dos.

Pero entonces lo recuerdo con más claridad y nitidez que nunca: años y años congelada como las bolsas de menestra que me compra mi madre, sin subida, viendo cómo cada diciembre caen compañeros y compañeras mientras los de arriba se reparten bonus de lujo y tocan la zambomba de la hipocresía. Así que respiro hondo, me pongo mi gorro navideño artesanal, enderezo la espalda y pienso: “Si voy a participar de esta farsa, que al menos sea con dignidad revolucionaria.” Y con toda la dignidad del mundo, doy un paso al frente y poso en el photocall, querido diario. Yo, la gran Paqui, siendo el centro de todas las miradas durante unos instantes. Con actitud de resistencia y glamour absoluto, espíritu de empanadilla y tal vez un poco cara de susto.

Y mientras el flash me ciega, solo puedo pensar en una cosa: si la alegría no me la da la empresa, me la traeré yo en forma de hojaldre relleno y abrazos con mis maravillosos compis. Ellas y ellos son los que realmente hacen que esto merezca la pena.

Feliz Navidad.

Siempre tuya,

Paqui.

1 Comment

  1. ¡¡Feliz Navidad, Paqui¡¡ Sigues siendo de lo mejorcito de esta, nuestra empresa.
    Plantéate lo de recopilar tus diarios en un libro, a lo Bridget Jones-y con película incluida-, y que Atouuus nos lo regale por Navidad. Ahí lo dejo¡

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