Diario de Paqui: Dia cuatro.

God save the Paqui

Querido diario,

Hoy ha sido el día en que el universo y toda la Commonwealth han conspirado contra mí. Mientras disfrutaba de mi segundo desayuno, porque uno es para amateurs, mi jefe me ha dado la noticia que ha desatado el pánico: Paqui, tienes que liderar una reunión con un cliente internacional. En inglés. Para un proyecto clave que es muy estratégico. Dentro de media hora.

TERROR.

ANSIEDAD.

TENTACIÓN DE LLAMAR AL SAMUR.

Porque verás, mi relación con el inglés es como la de un gato con el agua: incómoda, innecesaria y llena de intentos fallidos de huida. Sé decir “Speexx”, “Parking”, “Hello”, pedir una hamburguesa sin pepinillos y responder “Thank you” cuando me desean un buen día. Pero presentar un proyecto en inglés… ¡Ay, amiguis! Eso ya es una película de terror sin final feliz.

Así que el ataque de pánico ha comenzado de inmediato: mofletes al rojo vivo, sudoración de manos, retortijones en modo viaje barato a Egipto e hiperventilación máxima. Toda mi vida ha pasado ante mis ojos, y he sentido como si mi cerebro entrara en modo reinicio, intentando recordar las cuatro frases que aprendí en la clase de inglés del instituto. Mi jefe, que sabe menos inglés que yo, pero tiene una confianza digna de un vendedor de humo, me ha tranquilizado con un «Tú tranquila, Paqui, que lo importante es la actitud«. LA ACTITUD, DICE. Como si el cliente fuera tonto y no se diera cuenta de mis caras de desesperación y mis intentos de disimular con sonrisas nerviosas.

Y sin que lo pueda evitar, llega la reunión. Y ahí estoy yo, frente al cliente, un tipo simpático de tez rosada y que habla inglés a la velocidad de la luz mientras yo intento descifrar si “weekend” significa lunes o martes. Mi primera jugada táctica: intentar no activar la cámara del portátil para, al menos, poder evitar el contacto visual y que me descubran con mi cara similar a la de contener un pedo. Pero la estrategia se desmorona en cuanto veo que todos los asistentes tienen encendida la cámara, por lo que no me queda más remedio que arrancar también la mía mientras mi jefe me mira con ojos de “Tú puedes, guerrera. ¡Ahora mismo toda esta empresa depende de ti! ‘¡Eres nuestra única esperanza, Obi-Wan Kenobi!”. Traducción simultánea en mi cerebro: “¡Corre, Paqui! ¡Corre, insensata!  ¡Sal de aquí cagando leches y sin mirar atrás!”

A continuación, intento iniciar con una frase que suene profesional, pero lo único que sale de mi boca es un titubeante «My name is Paqui and… well… this project… is… very… very… interesting.«

SILENCIO INCÓMODO.

SAMUR, AMPÁRAME.

TIC, TAC, TIC, TAC

MÁS SILENCIO súper incómodo, pero mi jefe asiente en señal de aprobación, convencido de que la gran Paqui está haciendo historia.

Al minuto diez de la reunión, decido aplicar la técnica de sonreír y asentir con entusiasmo, como si entendiera cada palabra que dice el cliente. Spoiler: no me entero de una mierda, absolutamente de nada. Pero pongo en marcha mi segunda jugada táctica: mientras sigo asintiendo, saco mi libreta para apuntar las tres palabras que mi cerebro consigue descifrar: “software”, “thank you” y “hamburger” (¿o habrá querido decir “Hamburgo” como pista del futuro contrato?). Y por supuesto, no dejo de sonreír. Mi técnica parece efectiva, porque el cliente sonríe de vuelta. No sé si lo hace porque está impresionado o porque cree que soy una completa zumbada y ha entendido que soy un caso perdido.

La reunión progresa y, para mi sorpresa, empiezo a conectar palabras con una fluidez sorprendente… aunque mezclando inglés con palabras inventadas que suenan como un dialecto élfico. Pero el cliente asiente y sonríe de nuevo, y supongo que eso es lo que cuenta porque Atos is back. Mis compañeros, que están todos silenciados, me miran desde sus cámaras como si estuvieran presenciando un fenómeno paranormal.

Finalmente, tras lo que parece un siglo, la reunión termina. Y mi mayor miedo ahora es haberle vendido a este señor, sin darme cuenta, algún servidor inexistente. O peor aún: haber aceptado organizarle la boda. Mi jefe levanta el pulgar y me felicita con un “Muy bien, Paqui, profesionalidad absoluta, Atos is back”. Y yo solo pienso en huir al bar más cercano a pedir la ración más grande de patatas bravas que puedan servirme sin que llamen a seguridad y me denuncien por abuso calórico.

En resumen, querido diario, que hoy he aprendido dos cosas:

  1. Que puedo improvisar más de lo que pensaba, y desde luego mucho mejor de lo que improvisan los directivos de esta empresa.
  2. Que la próxima vez, o de verdad invierten en mi formación en idiomas, o el cliente va a recibir un informe escrito en emojis.

Aún con taquicardias, pero también con resignación y un poco de hambre, Paqui.

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